“La verdad que no” sería la respuesta al título. Pero no porque estés muteado. El título refleja el latiguillo que antecede al saludo inicial en cualquiera de los cotidianos encuentros virtuales a los que estamos acostumbrados, un poco para probar audio y otro tanto como excusa para ir acomodando las ideas, ordenando pensamientos y romper el hielo.
“Sí pero no”, sería la respuesta. El audio funciona, el protagonista no está muteado y el wifi está ok. Emoji con pulgar arriba. Pero está claro que ninguna de esas cuestiones técnicas garantiza la escucha. Al poco tiempo, una vez superadas las presentaciones de rigor, en los mosaicos que comparten la pantalla del interlocutor/a, arriba, abajo y a los costados del mismo, los rostros empezarán a esfumarse y ser reemplazados por iniciales tales como MF, NE, AV. Pero no son ni Marina Fernández, ni Néstor Echenique ni Alvaro Vidal. En verdad, corresponden a Me Fui, No Estoy o Ahora Vuelvo.
“Desmuteados” es un libro súper interesante donde Valeria Groisman explica, simplificando su texto, el fenómeno de la Infoxicación que caracteriza a nuestro ecosistema mediático actual, el de la abundancia de emisores y plataformas y la escasa o nula capacidad de escucha. Todos podemos hablar, todos podemos desmutearnos, pero… ¿alguien está escuchando? ¿Escuchamos? ¿Hay posibilidades de escucha?
Pero qué pregunta es esa. La verdad es que no interesa demasiado. De todos modos, y salga como salga el zoom, al final habrá, sí o sí, selfies con rostro en primer plano y pantalla llena de iniciales y caritas de fondo. Suficiente para sustentar el posteo del tipo: “Hoy participé de una reunión…”(carita sonriendo y pulgar arriba)
Si se hace el ejercicio de mirar el feed de algún/una dirigente político/ca (lo sugiero), por caso, se podrán observar tsunamis de selfies y cataratas de posteos al mejor estilo: “Hoy participé…”, “Hoy firmé…”, “Hoy me reuní…”, “Hoy estuve…” Claro, por supuesto, las audiencias, ciudadanos, electores, compatriotas están, ansiosos, esperando saber de esas importantes reuniones, firmas y encuentros en las que nunca o muy rara vez se da cuenta de lo mucho que nos beneficiarán. Finalmente importa mostrar la acción.
¡Estamo activo! Emoji con guiño de ojo y carita con anteojos negros.
Pero tranquilos. Tampoco importa demasiado si no hay atención ni escucha. En todo caso no es problema nuestro sino una cuestión de época. Un mal general. Sucede que, como sabemos, vivimos en tiempos efímeros y escasez de atención. “Es normal”, se consolarán. “Nadie presta atención”. Pero no importa, para eso hay solución, aconsejará algún que otro buen asesor, CM, sobrino o consultor amigo o pariente. “Creamos un hashtag bien ocurrente y, con fervor militante, lo imponemos y marcamos agenda. Si le damos duro lo convertimos en tendencia para luego llenar de aplausos y bracitos con músculo mostrando lo fuerte que somos. Luego operamos para que los medios lo tomen y ahí va. Fluye. Tenemos el circuito armado donde nunca, pero nunca, interviene el otro. El mensaje circula y con un poco de destreza provocamos esa tendencia que nos servirá para simular que hay mucha gente genuinamente interesada en nuestras cosas. “Por suerte tenemos músculo”. Acá iría el emoji del bracito doblado mostrando bíceps. Y si son muchos, mejor. Y aplausos, también muchos. Si se puede y los recursos alcanzan, lo reforzamos con presencia en el carrusel panelístico de la TV. Otra vez, con la fantasía de que alguien nos estará prestando atención.
¿Pero alguien escucha? (Emoji de manitos a la altura de los hombros extendidas hacia afuera con los codos levemente separados de la cintura). “Yo que se. Importa?”. “Lo que sirve es estar”. Y estaría muy bien acompañar la frase con dos o tres caritas con sonrisas pícaras en busca de complicidad amiga.
Hace tiempo que, con la irrupción de internet, pero fundamentalmente de las redes, plataformas y aplicaciones, la política pasó del ninguneo al querer estar como sea. Se dijo entonces que no sabían usarlas, que lo hacían de manera unidireccional, que persistían con la lógica de la gacetilla clásica del broadcasting, etc, etc, etc. Que descreídos. Del uno para muchos, aunque no se supiera a quienes ni a cuántos. Pero no importó. Poco interesó que le hablaran de red, de colaboración, de escucha, de interacción, de conversación. “Que me importa el engagement si quiero cantidad”. “No entendés, esto es política”. Emoji de manito apoyada en el mentón. ¿Política?. No entiendo, que gil. De qué me estoy perdiendo. ¿La política es más prepotencia discursiva, músculo y cantidad que escucha y conversación? Ok, no entendí nada. Otra vez el emoji de las manitos a la altura de los hombros extendidas hacia afuera. “Si, votos, cantidad, convencer, mostrarse, sumar, hablar, impactar…explicarle una y mil veces a la gente lo mucho e importante de todo lo que hacemos hasta que lo vean, lo entiendan”. Obvio, con la mirada siempre calvada en el ombligo.
La explicación es simple. No es que no sepan usar las redes, es que éstas los/las muestran tal como son. Solo exponen. Finalmente, como se cansará de repetir el gran Mario Riorda, la comunicación no es otra cosa que la forma en cómo la política se presenta, se muestra, se manifiesta. No se trata, nunca, de cuestiones o dimensiones disociadas. Va de nuevo: no existe el “gobierno bien pero comunico mal, ni el comunico bien pero gobierno mal”. En un punto, como dice mi amigo Mario Rodríguez llevando las cosas al extremo, “es imposible comunicar mal”.
Por si hiciera falta graficarlo, hay una reflexión recurrente cuando el resultado electoral no es el esperado. Cuando la cosecha resulta magra y el desánimo y la decepción se apoderan de los fallidos candidatos y su entorno de asesores, militantes y seguidores. También, y porqué no, de costosos consultores. Cuando se buscan explicaciones y no aparecen las respuestas, justo ahí, aparece el clásico y recurrente: “Nos faltaron recursos, presupuesto, músculo, volumen para que nuestro mensaje llegara a los oídos de todos y todas”. “Si hubiéramos puesto más sombrillas, carteles, pasacalles, estado en más medios, repartido más panfletos”, se reprochan unos a otros. Difícilmente se aceptará que tal vez, solo tal vez, el mensaje no resultó lo suficientemente relevante para las expectativas del electorado. Siempre será una cuestión de muchas manitos, bíceps, banderitas, aplausos, pulgares arriba, dedos en V y demás emojis de acompañamiento y entusiasmo que saturan cualquiera de los tantos grupos de whatsapp del que formemos parte. Emojis, claro, que no aparecen cuando se abren las urnas y faltan nuestras boletas. Megusteos que se esfuman.
Primero el ninguneo a las redes y luego el uso al estilo broadcasting. Más tarde las selfies potenciadas con las stories. Pero como en verdad la clave estaba en la imagen y el texto breve, abusamos de los videos, las producciones. Ahí estuvieron los drones, las pantallas, los seguimientos personalizados. Exteriores e interiores, actores, cotillón, escenografías, ediciones increíbles, dinamismo, innovación.
Después había que contar historias y metimos mano al storytelling o algo que se le intentó parecer. Pero se vieron los hilos. Como el voto ahora es emocional, fuimos por ese lado y se buscó conmover a nuestros seguidores. Más tarde, se bajó de escala y se simuló abrazar lo artesanal, lo genuino, lo austero, lo auténtico. Seamos más realistas, o mostremos más realismo. Se dijo que había que empatizar. Y surgieron las ideas más disparatadas. “Hay que ser cross-media, trans-media” Y se saltó de pantalla en pantalla, de medio en medio, de vereda en vereda, mientras las audiencias, a quien se sigue visualizando como esas personas pasivas, huyen y migran para escapar del asedio.
“Pero no entendes, esto es política”. Una y otra vez, cuando se acaban los argumentos, aparece la excusa. Como si existieran unos códigos, unos trucos, unas cartas escondidas en la manga, algo que la mayoría de los mortales desconocemos pero que ellos comparten secretamente. Hablan en circuito cerrado, en un canal premium al que nadie accede. Como si la política no fuera otra cosa que saber interpretar al otro y hacer algo, al menos algo, para mejorar su condición. Justamente ahora, en la que el futuro asoma más incierto que nunca, donde todos caminamos erráticos, no sabemos, desconocemos y estamos desconcertados, ellos saben. Justo cuando tratamos de averiguar cómo serán los nuevos liderazgos, el rol que debería tener el conocimiento, los jóvenes. Justo cuando tenemos que hacer el esfuerzo de desaprender, nada más conservador y autorreferencial que el: “Es la política, vos no sabes, esto siempre fue así”. Atronador. Y cuando lo sueltan, lo hacen siempre buscando la complicidad de sus parees. Y si se trata de un posteo, lo acompañan con esos emojis con guiño de ojo.
“Vos fumá. Esto es así”. Santa palabra.
Y la desconexión crece y se lleva puesta la confianza. Pero no importa, estamos desmuteados. No es la internet, el wifi, el micrófono, los auriculares, ni la compu. No importa la cantidad de Rt, de megusteos o likes. Es que no sabemos conversar.¿Se escucha? Y acá aparece el sticker del Diego, de buzo, cabeza levantada, con gesto altanero y con una mano al costado de la boca como haciéndose corneta para potenciar su voz y soltar su típico ¡¡¡Ovidaaaate!!!! (manitos aplaudiendo y muchos biceps).